martes, 25 de agosto de 2009

Prisionera




Era tal nuestra excitación esa noche que le pedí a mi amante que usara la fuerza como la de un guardián de cárcel para acceder a mi. Enseguida noté como mis palabras le agradaron a tal punto que habían incrementado la dura extensión de su sexo. Tenía el cuerpo en la máxima temperatura y él no hacía más que elevarla con miradas lascivas y esos toques eléctricos que emergían de entre mis piernas. Sus manos tomaron las mías con decisiva fuerza, abandonó su peso sobre mi cuerpo tumbándome sobre la cama, imposibilitando mis movimientos y permitiendo que la humedad de mi vagina se posara en su abdomen; él por supuesto notó cuan grandes eran mis ganas de que me penetrara hasta lo más profundo en medio del forcejeo que yo había propuesto. Allí mismo noté el abultamiento de su miembro dentro del pantalón a medida que yo me hacía la difícil logrando que su respiración y palpitaciones se aceleran, eso podía calentarme como nada.

En el papel de quien manda me tocaba con fuerza y yo su prisionera, que cumpliría con cada orden de su carcelero. Me tenía sometida a sus deseos, me hizo levantar de la cama para que me desvistiera mientras me observaba desde fuera de la celda. Yo me calentaba a un más, al punto de sentir un río de excitación en mi entrepierna que clamaba por que ese pene grande y duro que él se había encargado de sacar de su bragueta para tocarlo mientras yo hacía lo mío despojándome de la poca ropa que llevaba.

Se levantó de su silla y cogió las llaves, abrió mi celda y sacó todo su pene que a ese punto estaba más caliente que yo. Me empujó hacia la pared poniendo mis manos sobre ella y abrió mis piernas con furia con brusquedad a modo de requisa, dijo que tenía que revisarme toda y con sus manos tocó cada parte de mi cuerpo. Amasó mis tetas como si no hubiera tenido unas antes en su poder, me restregaba en las nalgas su sexo caliente y empapado mientras hundía uno de sus dedos en mi vagina empapada de mis fluidos, haciendo una rápida búsqueda de mi pequeño clítoris, que surgió sonrosado y henchido. Me tomó con ímpetu y me tiró en la cama boca abajo, abrió mis piernas, se arrodilló atrás de mí mientras me hundía su verga caliente y deseosa en la vagina con toda la fuerza que le fue posible. Mis gemidos aumentaban su deseo de llegar más y más dentro. Me lo metía y sacaba otra vez haciendo que mi sexo se abriera para él diciendo que quería sentir que tuviera un orgasmo para agradecerme tanto placer, así que yo aumenté mis movimientos para que la fricción fuera mayor. Su deseo era tal, que se agachó encima mío, introdujo en mi boca uno de sus dedos, humedeciéndolo y aprovechando los espasmos orgásmicos de mi cuerpo, lo introdujo en mi culo haciendo rítmicas penetraciones junto con su verga en mi vagina. Metía su dedo con tal perfección que hacía que el agujero de mi ano de dilatara deseando algo más. Él tomó de mi caja de objetos personales un dildo anal que le pedí que me metiera sin parar de clavarme su pene. Fue indescriptible la sensación que producía tener algo metido en la vagina y el culo a la vez, aumentaban los espasmos y gemidos a punto de que mis piernas temblaban de placer. Poco a poco fue metiendo el juguete en mi ano y aunque había algo de dolor era más fuerte el goce y minutos después de esa doble penetración tuvimos juntos unos de los mejores polvos de la historia.

Y así, cada vez que mi guardián quiere, pasa por mi celda a registrarme muy a fondo para aplicarme los correctivos necesarios.


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